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YVES MARIE-JOSEPH CONGAR  (1904-1995)

PENSADOR CATÓLICO

 

 

Yves Marie-Joseph nació en Sedán en 1904, dominico, llegó a ser uno de los principales expertos del concilio Vaticano II. Su obra teológica, que se cuenta entre las más señaladas del siglo XX, está dedicada a la eclesiología y el ecumenismo. En 1994, un año antes de su muerte, fue elevado a la dignidad de cardenal. La agitada vida de Yves estuvo marcada, desde muy temprano, por sucesivos exilios a la vez que por su vocación ecuménica. Ingresa en el seminario de los carmelitas (Instituto Católico de París) en 1921. En 1925 entra en el noviciado dominico de Amiens, donde profesa un año después. Cursa estudios en Le Saulchoir, escuela en la que, a partir de 1932, enseña eclesiología. Ordenado sacerdote en 1930, su tesis de lectorado en teología, al año siguiente, versará sobre La unidad de la Iglesia. Entre la publicación de Cristianos desunidos en 1937, año en que comienza a dirigir la colección Unam Sanctam, y la de Verdadera y falsa Reforma en la Iglesia (1950), el teólogo dominico se convertirá en Francia, junto con M.-D. Chenu, J. Daniélou y H. de Lubac, «en la encarnación [...] de una 'nueva teología'» que busca «volver a las fuentes del cristianismo y al diálogo con las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo». En febrero de 1954, Congar es apartado de la enseñanza y enviado a Jerusalén; pasará después, en 1956, una estancia en Cambridge. En 1960 es nombrado consultor de la comisión teológica preparatoria del concilio Vaticano II, en el que participará como experto entre 1962 y 1965, y donde redactará su Diario del concilio. Después del Concilio Vaticano II su teología se convirtió en un extraordinario empuje para la eclesiología.

 

Fue uno de los artífices intelectuales del Concilio Vaticano II. Sorpresivamente, Juan XXIII le encomendó trabajar en los documentos más importantes del Concilio Vaticano II, junto a otros teólogos en aquel momento considerados avanzados como Joseph Ratzinger o Henri de Lubac, y otros siempre de avanzada como Karl Rahner, Edward Schillebeeckx o Hans Küng. Fue nombrado cardenal en 1994 por Juan Pablo II.

 

Fue discípulo del filósofo del personalismo Jacques Maritain. En la Segunda Guerra Mundial fue hecho prisionero durante cinco años en un campo de concentración nazi. Sus ideas contrarias al nacionalsocialismo le hicieron acreedor de una especial dureza de trato.

 

Siendo profesor en Le Saulchoir, su libro "Verdadera y falsa reforma en la Iglesia" fue objeto de duras censuras. Su apoyo a los curas obreros y su solidaridad con la causa de la justicia social no hizo más que complicar su situación. Durante 10 años fue apartado de la enseñanza, sancionado, marginado de toda actividad pública y tiene que exiliarse en Jerusalén. Fue un pionero del ecumenismo, sobre todo con su obra "Cristianos desunidos".

 

Víctima de una enfermedad neuronal, acabó sus días impedido físicamente, pero intelectualmente activo. Falleció el 22 de junio de 1995.

 

Algunas obras de Ives:

Verdaderas y falsas reformas de la Iglesia.

Jalones para una teología del laicado.

Principios para un ecumenismo católico.

Situaciones y tareas pendientes de la teología.

La Iglesia desde San Agustín hasta la época moderna.

Diario de un teólogo (1946-1956). Trotta. Madrid, 2004

 

 

La estatura intelectual y espiritual de Yves Congar, uno de los teólogos más influyentes de la Iglesia en el siglo XX, ha cobrado nueva fuerza con la publicación de los pensamientos que escribió en los años difíciles en los que estuvo sometido a sanciones por parte de sus superiores.

 

Enfatiza que la Iglesia es santa, no en sí misma. La santidad no es una cualidad propia de cada uno de sus miembros, sino que deriva de ser, en medio del pecado, ámbito de la presencia de Dios que se acerca a la miseria humana presente en la comunidad eclesial. En la Iglesia se participa de la vida divina de modo gratuito (gracia) y no por mérito por parte de la jerarquía o de los fieles que gozan de ella.

 

Respecto a la catolicidad, esta ha de consistir en la capacidad de la Iglesia de asimilar y desarrollar los valores auténticamente humanos y la diversidad cultural de la humanidad.  Buscó hacer hincapié en el papel de los laicos. Estos tienen una vocación de compromiso con las causas justas de la humanidad. La salvación cristiana asume y engloba la liberación social, política, económica, cultural y personal, dándole profundidad y plenitud en la trascendencia. El compromiso se hace desde la vivencia de la fe que conduce a un imperativo nítidamente cristiano orientador y radical, pero esta orientación permite que las opciones del creyente sean opinables y falibles y, por lo tanto, ha de respetarse el pluralismo.

 

Después de la II Guerra mundial cultivó el interés por el laicado, dando lugar a una obra que abrió nuevos caminos: Jalones para una teología del laicado (1953). En ella usa como idea unificadora la del triple «oficio»: sacerdote, profeta, rey, que luego sería importante en el Vaticano II.

 

La teología del laicado fue acometida por Congar en los años treinta. Profesor en el famoso centro teológico de Le Saulchoir que, bajo el impulso del padre Marie-Dominique Chenu (1895-1990), su maestro, trataba de hacer teología no en la abstracción del razonamiento, sino tratando de seguir el camino de la Palabra de Dios que interpela a los hombres en su historia. De este modo, quiso dar un fundamento teológico a la nueva concepción de la Iglesia, que tomaba vigor en el impulso del movimiento litúrgico y de la Acción Católica.

 

A Yves le preocupa el papel de la jerarquía en la Iglesia y no escatima críticas sinceras. Los obispos, para él, están encorvados absolutamente en la pasividad y el servilismo a Roma. Defiende, frente a ello, un concepto profundo y radical de obediencia que nada tiene que ver con el simplismo insincero autoridad-súbdito.

 

Congar llegó a comprender el ecumenismo de manera casi natural, como consecuencia de la educación recibida en familia, suficientemente abierta como para permitirle tener amigos entre hijos de judíos, protestantes y agnósticos.

 

Esta primera opción fue luego madurada por la experiencia de las dos guerras. En Sedan (Ardennes, Francia), su ciudad natal, durante la primera guerra mundial, quedó profundamente impresionado por el gesto espontáneo de un pastor protestante que puso a disposición de su párroco, que se había quedado sin iglesia a causa de los bombardeos, la pequeña capilla de la comunidad reformada.   En la segunda guerra mundial, durante los cinco largos años de prisión en Alemania, se puso en contacto con protestantes y anglicanos y descubrió la necesidad de un encuentro que no tuviera como finalidad el retorno a casa de los herejes, sino que estuviera basado en un verdadero diálogo en búsqueda de la verdad plena de la Iglesia.

 

Las autoridades dominicas con el fin de prevenir posibles medidas contra la Orden, impusieron a Yves a partir de 1946, medidas restrictivas. Se le impidió participar en encuentros ecuménicos, se le impuso renunciar a conferencias y encuentros públicos, sus escritos fueron sometidos a censura, fue suspendida una nueva edición de «Cristianos desunidos» («Chrétiens désunis, principes d´un oecumenisme catholique», 1937). Las medidas se tomaron en un clima de incertidumbre que hacían más difícil la posición del teólogo.

 

El diario de Yves hace una revisión minuciosa de las sanciones eclesiásticas a las que debió obedecer sin tener nunca la posibilidad de conocer exactamente cuáles eran las acusaciones concretas que se le dirigían. En aquellos años precedentes al Concilio, su propuesta pionera en materia de ecumenismo y del papel de los laicos en la Iglesia suscitó preocupaciones en el Santo Oficio y entre sus superiores, quienes le obligaron a guardar silencio.

 

Lo que más le costó fue perder a sus amigos. «Un hombre --repite-- no es sólo su piel y su alma, están las amistades y las relaciones». No es por casualidad que el único documento en el que su ánimo parece finalmente dulcificarse y enternecerse es una carta a su madre con más de ochenta años: «Yo no he dicho nada, o casi, pero tú has adivinado mucho. Mucho más que tantos hermanos [de la Orden] y amigos míos, menos habituados al "sufrimiento y al amor"».

 

La vocación ecuménica de Congar era, a la vez, una vocación eclesiológica: “Descubrí mi vocación ecuménica en 1929, cuando ya había orientado mi labor hacia la eclesiología (el tema elegido para la tesis de «lectorado», en el verano de 1928, fue: «La unidad de la Iglesia»”. Meditando el capítulo 17 del evangelio de S. Juan, dice haber reconocido finalmente una llamada a trabajar para que cuantos creen en Cristo fueran uno. De forma retrospectiva ha recorrido las etapas de su encaminamiento al  ecumenismo, cómo trató de responder a una vocación que le llevó por las vías de la discreción y del silencio. En realidad, había semillas muy lejanas e iniciales en aquella vocación ecuménica, como el mero hecho de haber tenido por amigos y compañeros de juegos infantiles a protestantes o judíos en su ciudad natal. Con 13 y 14 años, Yves discutía con el hijo del pastor protestante acerca de la misa. Fueron los primeros diálogos ecuménicos del futuro teólogo.

 

Recuerda también cómo los católicos habían compartido con los calvinistas la capilla que el pastor había puesto a disposición del cura católico tras la destrucción de la Iglesia por los ulanos en 1914. Aquella llamada de raíces infantiles había sido alimentada durante los años de formación como dominico.

 

En 1930, pasa los meses de agosto y septiembre en Düsseldorf para conocer mejor el mundo del luteranismo. A partir de su ordenación, dijo haber celebrado la misa votiva por la unidad de los cristianos, predicó numerosas semanas de la unidad y empleó el tiempo de vacaciones en visitar lugares que le han permitido conocer mejor el mundo de los “otros” cristianos. En París siguió el curso de E. Gilson sobre Lutero (1932) y frecuentó durante un semestre la Facultad de Teología Protestante. También, allí en París, entra en contacto con el círculo franco-ruso, en el que se daban cita protestantes, católicos y ortodoxos (N. Berdiaev, S. Boulgakov, L. Gillet). Visita el monasterio de Chevetogne, donde entra en contacto con Clément Lialine y al P. Paul Couturier, el pionero del ecumenismo espiritual. “Fue gracias a los amigos ortodoxos, protestantes y anglicanos, más que a los libros, como fui introduciéndome en el movimiento de las realidades del ecumenismo”.

 

Como teólogo, puede calificarse sobre todo de historiador y renovador. Reflexionando sobre su obra, decía simplemente: «Yo no soy filósofo», y afirmaba que el programa de Karl Rahner de repensar el mensaje de la Iglesia para el mundo pagano de hoy no era su vocación personal. No obstante, al considerar su trabajo en la serie Unam sanctam y sus escritos, añadía: «Yo no podía saber ¡otro lo sabía por mí! que esto prepararía el camino para el Vaticano II. Me sentí colmado. Todos los temas a los que yo había dedicado especial atención se plantearon en el concilio: la eclesiología, el ecumenismo, la reforma de la Iglesia, el estado laical, la misión, los ministerios, la colegialidad, la vuelta a las fuentes y la tradición» Este podría ser un buen epitafio, aunque quizá él prefiriera el título del libro que escribió en 1969, Esta es la Iglesia que amo.

 

 

LA INFORMACIÓN SE TOMÓ DE:

http://es.wikipedia.org/wiki/Yves_Congar

http://www.zenit.org/es/articles/yves-congar-el-silencio-heroico-de-un-teologo

http://www.trotta.es/pagina.php?cs_id_pagina=15&cs_id_contenido=10679

http://www.mercaba.org/DicEC/C/congar_yves.htm

 

 

 

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