PONER LIMITES A LOS HIJOS SIGNIFICA QUE LOS AMAMOS
Generalmente cuando hablamos de límites pareciera que estamos cortando las posibilidades de nuestros hijos, es una palabra que, incluso, molesta. Sin embargo, no tiene nada que ver con la limitación sino con la protección, poner límites a nuestros hijos es protegerlos y al mismo tiempo nos protegemos.
Muchos de nosotros no hemos aprendido a poner límites ni a nosotros mismos, es decir, no hemos educado nuestra voluntad, incluso vamos en contra de nuestra propia salud y eso implica que no somos capaces de autoprotegernos. Si esa incapacidad la llevamos a la relación que tenemos con los demás deriva en que no ponemos, adecuadamente, límites a nuestros empleados, a nuestros jefes, a nuestros vecinos o a las personas de las que recibimos algún servicio.
Poner límites no implica ejercer violencia o agresividad, lo anterior es posible que se dé cuando la situación se sale de control o porque ya se ha suscitado varias veces o porque los límites o normas se han ido diluyendo o porque no existen o porque actuamos de manera selectiva, es decir, de acuerdo con nuestro estado de ánimo..
Situaciones como las anteriores causan en nuestros hijos mucho desconcierto así como también a las personas que dependen de nosotros. Ubiquémonos en esta reflexión en nuestra relación con nuestros hijos y nietos.
En la relación que tenemos los abuelos con los hijos y los nietos las palabras claves son AMOR Y FIRMEZA, es decir, ser capaces de dialogar con seguridad y autoestima de las situaciones o problemáticas que vivimos en esa relación sin necesidad de llegar al enojo y haciéndolo con amor, con cercanía, siendo empáticos con la situación que los hijos viven también con sus propios hijos.
Algunos puntos a resaltar en ese diálogo es muy importante no humillar, ni ridiculizar ni exponer a situaciones degradantes a los jóvenes ya que pueden llevarse toda la vida tratando de curar estas heridas. Recordemos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y que tenemos esa dignidad de seres humanos. Es bueno que nuestro estado de ánimo no intervenga en nuestra manera de poner límites, las normas deben ser claras lo mismo que las consecuencias de no cumplirse, independientemente de nuestro estado de ánimo.
Los niños y los jóvenes cuando se les ponen límites y normas, aprenden valores como el orden, la limpieza, el respeto por los demás y por sì mismos, aprenden a comportarse de forma segura, a organizarse, a tener buenos hábitos. Los límites dan seguridad, estructura y rigor interno. Cuando pongas límites y normas, éstas deben ser muy claras y también debe haber congruencia con tu forma de vivir dichos límites y normas porque el ejemplo dice más que mil palabras.
En ocasiones se pasa de la impotencia a la prepotencia, de la excesiva tolerancia a la intransigencia, se quiere ser “amigo” de los hijos olvidando que existe una jerarquía vertical y no horizontal olvidándose del compromiso ineludible que Dios ha depositado en nosotros al convertirnos en padres. Esto lleva consigo una confusión en el respeto que los jóvenes deben a los adultos.
Una situación que se presenta con mucha frecuencia en nuestros días es la permisividad, es decir, algunas personas vienen de un sistema autoritario o con carencias económicas y quieren ser distintos con sus hijos siendo muy tolerantes o dando todo lo que les piden, y no, es un error siempre y cuando se dé con medida y en el momento oportuno de modo que pueda enviarse a los hijos el mensaje de que los límites y normas que se han planteado en el hogar sean un mensaje inequívoco de FIRMEZA que los ayudará a todos.
Cuando la familia vive una situación de divorcio, los límites se pierden, ya que los padres pueden tomar la actitud de sobre-proteger desde el dolor o desde la culpa. Sin embargo, si son mayorcitos esta situación la pueden sobrellevar con mayor entereza.
Habrá ocasiones en que aplicar las consecuencias de haber violentado cierto límite cueste trabajo ya sea porque nos sentimos culpables o porque vemos sufrir al hijo. Recordemos que los límites se han puesto por el amor y cariño que les tenemos y si las consecuencias son equilibradas, no lastiman, no degradan su autoestima, no son exageradas, debemos estar satisfechos de estar actuando por su bien y por el bien de la familia.
La culpa es un sentimiento que no nos lleva a nada, resolvamos aquello que nos hace sentir culpable y superemos la culpa. No es deseable para los hijos enseñarles a sentirse culpables, no les ayuda a ser mejores personas. No enseñemos desde el miedo y la culpa, es mejor hacerlos responsables de sus actos de acuerdo con su desarrollo. Los límites se aplican con afecto, cariño y amor. Es necesario estar atentos a nuestros hijos, estar presentes, estar ahí, conocerlos. Los límites no se ponen como último recurso, cuando ya estamos enojados y la situación se ha salido de control, se ponen como un cerco protector y con firmeza para ser cumplidos.
Recapitulando:
Los límites deben ser: claros, concretos, concisos cumplidos y congruentes. Para aplicarlos se requiere: ser comunicados, ser recordados y conocer que existen consecuencias si se transgreden.
Dos palabras claves: firmeza y cercanía
El límite, correctamente aplicado, produce sucesivamente:
Autonomía: empiezan a valerse por sí mismos.
Libertad: se les puede dar mayor libertad si se comportan adecuadamente.
Auto-disciplina: pueden desarrollar actividades sin necesidad de presiones externas, esto es fabuloso, es un regalo para toda la vida.
Autocontrol: les permite medirse y no caer en excesos.
Rigor interno: les permite levantarse y seguir adelante.
Poner límites a tiempo significa que protegernos a nuestros hijos de alcoholismo, drogas y comportamientos delictivos. Nos protegemos a nosotros al enseñarles respeto, orden, cuidado, generosidad, ... en forma congruente y con afecto. No todos los jóvenes son iguales, ni se trata de estandarizarlos, se trata de ayudarlos a encontrar su mejor potencial. Insisto en el respeto, calidez, afecto, atención y aceptación hacia tus hijos. La comprensión y la cercanía, les permiten expresar sus sentimientos de miedo, alegría, tristeza, enojo y afecto.
Poner límites no significa impedirles que se expresen, es enseñarles a hacerlo en forma adecuada.
Hasta la próxima, si Dios así lo quiere.
SILVIA MADRIGAL HERNÁNDEZ
Marzo 2013
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