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 PENSAR PARA  DISCERNIR NUESTRAS ACCIONES NOS LLEVA A LA LIBERTAD

(PARTE 2)

 

Siguiendo el tema anterior al que nos ha introducido JUTTA BURGGRAF. Nacida en Hildesheim (Alemania). Doctora en Pedagogía (Universidad de Köln). Doctora en Teología (Universidad de Navarra), donde es Profesora de Teología Dogmática. Continuamos con lo que ella considera las  actitudes básicas que se exigen para que una persona se convierta en un filósofo:

1.- Desprenderse del mundo diario. De vez en cuando conviene distanciarse de todo lo que representa nuestra cotidianeidad, no fijarse solamente en lo inmediato y agobiarse con él, sino mirar “en otra dirección”. Apartarse del mundo laboral es muy relajante. Así se puede descansar y sacar nuevas fuerzas para la vida diaria. No se logra sólo cuando se ejerce la filosofía.

Platón habla del “eros filosófico”. Dice que la filosofía se asemeja a la locura, porque saca al hombre de su mundillo y lo conduce hacia las estrellas. Y todo el que sufre alguna conmoción, es invitado a transcender su mundo cotidiano. Es lo que ocurre cuando alguien se encuentra en una “situación límite”, por ejemplo cuando se enfrenta a la muerte, entonces surge frecuentemente un acto filosófico  o religioso. La filosofía, el arte, la religión y también el amor están relacionados en cierta manera.

Cuando una persona trasciende el mundo cotidiano,  expresa que la profesión, por importante que sea, no debe absorber completamente las facultades humanas, ni puede satisfacer todos los deseos de su corazón; hay algo más a lo que uno quiere dedicarse.

2.- Fomentar la admiración. El filósofo medieval  Santo Tomás de Aquino afirma: “La razón por la que el filósofo se compara con el poeta es ésta: ambos son capaces de admirarse.”  Una persona que filosofa, reconoce y admite su propia falta de conocimientos; se abre a una verdad mayor y se deja fascinar por ella.

La industria recreativa cada vez se vuelve más agresiva. La necesidad de hechos sensacionalistas para poder conmoverse y admirarse, es una señal segura de que una persona no ejerce de filósofo.  Tomás de Aquino define la admiración como, la añoranza y el deseo de saber cada vez más. La persona que se admira es aquella que empieza a caminar, que desea saber más y más e intenta llegar al fondo de todas las cosas.  Descubre, en lo cotidiano y común, lo realmente extraordinario e insólito.

3.- No tener prejuicios. Dirigir la mirada hacia la totalidad del mundo;  nuestro espíritu es, de alguna manera, una “fuerza para lograr lo infinito”. Una persona tiene que estar dispuesta a hablar de todo.  Nunca debe perder de vista a “Dios y al mundo”.

Esto no significa, que se ocupe de mil pequeñeces. Como acabamos de ver, un exceso de información puede impedir la postura filosófica. Pero se ha de estar dispuesto a no pasar por alto nada que en principio pueda ser esencial. Tener una postura crítica significa para el filósofo: preocuparse de no pasar por alto conscientemente nada.

El “enfrentarse a todo” tiene más que ver con la profundidad que con la extensión. El filósofo no sólo mira el más allá. No sólo aparta la vista de la vida cotidiana, transcendiendo el mundo. También sabe fijarse exactamente en las cosas que le rodean. Pregunta por las últimas razones. No le interesa, por ejemplo, cuál es la forma más rápida de adquirir dinero, sino lo que es en sí el poder de la riqueza y lo que significa para el hombre.

4.- Adquirir cierta independencia en los propios, juicios y reflexiones. Una persona que quiere pensar por su cuenta, ha de distanciarse, no siempre de lo cotidiano, pero sí de las interpretaciones comunes, de la opinión pública producida muchas veces por los medios de comunicación.

La filosofía reclama para sí la independencia Si esto no es posible, es señal de que la sociedad tiene trazas totalitarias. Sin embargo, más importante aún que la libertad exterior es la libertad interior. Significa querer incondicionalmente la verdad, y no dejarse ni adormilar, ni manipular por nada. Así, una persona está condicionada, en cierto modo, por el país, la sociedad, la familia en la que ha nacido, está condicionada por la educación y la cultura que ha recibido, por el propio cuerpo, por su código genético y su sistema nervioso, sus talentos y sus límites y todas las frustraciones recibidas –pero a pesar de esto es libre: es libre para opinar sobre todas estas condiciones.

5.-Adquirir humildad intelectual. Con todo ello, no hay que sobreestimarse. Aunque una persona tenga una experiencia sumamente rica y una comprensión profunda de la vida humana, no debe perder el sentido de la realidad.

 Filosofía significa amor a la sabiduría, a la búsqueda de la sabiduría que nunca se llega a poseer plenamente.

Hoy en día estamos muy sensibilizados respecto a que ninguna persona puede “saberlo todo”, ni siquiera en una subdisciplina delimitada. Se comienza a estudiar algo, pero no se llega a un fin; constantemente se descubren más campos de investigación.

 Los biólogos escriben tesis sobre el pico del petirrojo, y no conocen la cola. Todo esto no tiene importancia, pues tenemos una mente limitada. Sólo que hoy volvemos a ser conscientes de ello, o al menos mucho más conscientes que durante las últimas décadas de fe ciega en la ciencia. no es posible dividir la humanidad en dos “clases”: “los que saben” y “los que no saben”, el sabio y el necio. Todos estamos buscando la verdad, ninguno la posee completamente. Cada uno puede aprender de los demás.

IV Desafíos y libertad. Filosofar significa, en cierto modo, apartarse del mundo laboral. Este paso trascendente no sólo es condicionado por el origen, sino ante todo por la meta que consiste en adquirir, en la mayor medida posible, conocimientos acerca del sentido de nuestro mundo.

Se basa en la creencia de que la auténtica riqueza del hombre no está en saciar sus necesidades cotidianas, “sino en saber ver aquello que existe.

Hemos visto que la filosofía, por su naturaleza, no es algo “comercializable”; se opone al mundo laboral. Por eso, muchas veces, tiene el estigma de lo raro, de ser un mero lujo intelectual, que tal vez se pueda tolerar, pero que también es ridiculizado.

 El filósofo, con suficiente frecuencia, no ve el mundo cotidiano. Mira al cielo –¡pero nadie puede vivir así constantemente! No somos espíritus puros. Tenemos un cuerpo, y hemos de comer, beber y dormir. Necesitamos un techo y una seguridad social.

Con otras palabras, no nos basta sólo el “cielo estrellado”, sino también se requiere un espacio protegido, un hogar. También nos hace falta un entorno familiar, lo concreto, sentirnos acogidos y acompañados. Si todo el mundo se dedica a mirar el cielo estrellado, la vida se vuelve inhóspita.

Este es el dilema del filósofo: vive en un mundo en el que sus coetáneos se orientan por aspectos pragmáticos como el dinero y el éxito; él, en cambio, se dedica a algo que se opone diametralmente a las ambiciones de estas personas, o al menos se puede decir que se dedica a algo que no es “útil”, no es “práctico”.

 

Lo que no es “útil”, no suele tomarse en serio. Pero esto sólo es un aspecto (el negativo) de imposibilidad de ser comercializado. El lado positivo es la libertad que supone.

Muchos se ríen del filósofo, pero él es libre. Por supuesto, es consciente de su situación, pero no le importa, ya que es independiente de lo que otros piensen de él. El concepto de libertad significa aquí, como hemos visto, la no disponibilidad para objetivos concretos. El acto de filosofar es libre en la misma medida en que no se remite a algo que esté fuera de él. Es “un quehacer lleno de sentido en sí mismo”. Por el contrario, sí, los necesitamos para que nos ayuden a comprendernos a nosotros mismos, y a los demás.

No es tanto una persona que ha conseguido con éxito elaborarse un concepto del mundo bien redondeado; es más bien alguien que está ocupado en conservar viva cierta pregunta, la que se refiere al último porqué de el todo de la realidad.

V Una meta que abre nuevos horizontes. La capacidad de admirarse forma parte de las máximas posibilidades de nuestra naturaleza. Nos ayuda a darnos cuenta de que el mundo es más profundo, extenso, misterioso, bello y diverso de lo que le parece al entendimiento cotidiano. En la medida en la que se descubre el sentido de la propia existencia, puede experimentarse una felicidad profunda.

 Por eso, el comienzo y el final de la filosofía están caracterizadas por el escuchar a la realidad, el silencio, la “contemplación”. El filósofo griego Anaxágoras respondió a la pregunta de para qué estaba en la tierra con estas palabras: “Estoy en la tierra para la contemplación del cielo y del orden del universo”.  Se puede considerar como una respuesta religiosa.

Finalmente, la filosofía prepara y libera al hombre para la experiencia de Dios. Le hace capaz de “trascender” nuevamente. Desemboca en una verdad mayor, en la teología. Aristóteles no dudó en calificar la filosofía como “ciencia divina”.

Y Wittgenstein, que tenía una cierta visión mística acerca del sentido de la vida, pudo afirmar: “El filósofo pregunta por el sentido. Sólo si se cree en Dios, se descubre que la vida de hecho tiene sentido.”  Se puede descubrir un mundo cada vez más extenso y profundo. Pero tampoco entonces se encuentran “soluciones fáciles” o “soluciones hechas” para las grandes preguntas de la vida y, menos aún, sistematizaciones. Cuanto más se conoce el mundo, tanto más se percibe su carácter misterioso.

 Por lo tanto, sólo se puede invitar a toda persona de buena voluntad a ser un filósofo, aún ante el peligro de ser considerado por nuestra sociedad consumista como un extraño, un inconformista o “loco”. Al fin, nos pueden animar las palabras de un autor contemporáneo: “Quien jamás tuvo un ataque filosófico, pasa por la vida como si estuviera encerrado en una cárcel: encerrado por prejuicios, las opiniones de su época y de su nación. (Bertrand Russell)” Quien no piensa por su propia cuenta, no es libre.

Las cosas del mundo son importantes, pero es aún más importante que nuestra vida esté centrada en Cristo, ya que esto es lo que hace que todas las demás cosas tomen su justo valor.

Sirvan  también estas consideraciones  para invitarnos a hacer más oración de manera consciente y evitando el silencio de ojos, silencio de oídos, silencio de boca, silencio de mente porque en el silencio del corazón habla Dios.

 

 

 

HASTA LA PRÓXIMA

 

 

 

 

SILVIA MADRIGAL HERNÁNDEZ

Junio 2014

 

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Reflexiones de Silvia

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