LA SITUACIÓN DE LAS FAMILIAS EN LA ÉPOCA POSTMODERNA
El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo. Son muchos los análisis sobre el matrimonio y la familia. La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, comprende los misterios del matrimonio y la familia en el contexto actual.
Hoy influye en todos los aspectos de la vida humana el cambio antropológico-cultural de modo que se requiere un enfoque analítico y diversificado. Valorar la comunicación personal entre los esposos, contribuye a humanizar la convivencia familiar. Sin embargo, se tiene conciencia de que los individuos son menos apoyados que en el pasado por las estructuras sociales en su vida activa y familiar.
También existe un creciente peligro por el individualismo exasperado que desvirtúa los vínculos familiares y entonces cada individuo es una isla que se construye según sus propios deseos asumidos con carácter absoluto, esto genera intolerancia y agresividad en las familias. Se aprecia una personalización que apuesta por la autenticidad en lugar de reproducir comportamientos fundamentales.
Los individuos se vuelven desconfiados, huyen de los compromisos, se encierran en la comodidad, en la arrogancia, no tienen objetivos nobles y la disciplina personal degenera en una incapacidad de donarse generosamente. Un sentido de justicia puede degenerar en ciudadanos que sólo exigen se respeten sus derechos pero no hablan de sus obligaciones. Esto lleva a que el ideal matrimonial con compromiso de exclusividad y de estabilidad es arrasado por conveniencias y sensibilidades. Se teme la soledad, se desea un espacio de protección y de fidelidad pero hay temor por postergar las aspiraciones personales.
La alegría de las familias es la alegría de la Iglesia, el amor entre todos sus integrantes se tiene que ir perfeccionando con la oración y con la eucaristía. La monotonía es una termita que acaba con el matrimonio, sus miembros deben estar juntos y entusiasmarse siempre con todos y cada uno de los actos de la vida.
Los cristianos no podemos renunciar al concepto de matrimonio por no estar a la moda o por sentimientos de inferioridad ante el descalabro moral y humano. Debemos aportar los valores cristianos, no quedarnos en una denuncia retórica, no pretendamos imponer normas por la fuerza de la autoridad. Es necesario presentar las razones y motivaciones para optar por el matrimonio y la familia y en consecuencia respondan a la gracia que Dios nos ofrece. Hemos presentado el matrimonio como fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y en la ayuda mutua, excluyendo el deber de la procreación.
Insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales no ha sido suficiente sin motivar a la gracia. Se presenta con dificultad al matrimonio como un camino dinámico de desarrollo y realización más que como un peso a soportar toda la vida en el amor. La gracia que experimentan en la Reconciliación y en la Eucaristía permite superar los desafíos.
La velocidad con la que se pasa de una relación afectiva a otra, conectar o desconectar, o bloquear como en las redes sociales ha dado como consecuencia el miedo a comprometerse permanentemente, todo es desechable, quien utiliza a los demás también será utilizado, manipulado y abandonado. Existe un sentimiento de desconfianza. Rechazan envejecer juntos cuidándose.
Existe una cultura que empuja a muchos jóvenes a no formar familia porque:
- se verían privados de oportunidades de futuro.
- otros porque tienen muchas oportunidades.
- otros por problemas económicos o laborales o de estudios.
- otros por ideologías que no dan valor al matrimonio y a la familia.
- el miedo a fracasar como parejas.
- el miedo a perder su libertad e independencia.
- rechazo a todo lo institucional.
Las tendencias culturales que los Padres Sinodales encontraron fueron, entre otras:
- afectividad narcisista, inestable y cambiante.
- pornografía y comercialización del cuerpo favorecida por el uso desequilibrado de Internet.
- personas obligadas a practicar la prostitución.
Las crisis matrimoniales se afrontan:
- de modo superficial
- sin valentía
- sin paciencia
- sin diálogo sincero
- sin el perdón recíproco
- sin reconciliación y sacrificio
Las generaciones siguientes ya no están aseguradas, el descenso demográfico determina situaciones de inseguridad, de empobrecimiento y de pérdida en la esperanza de un futuro prometedor. Los estilos de vida cómodos, la baja en la natalidad, la individualidad, son alentados por los gobiernos. El debilitamiento de la fe y de las prácticas religiosas afecta a las familias, las deja más solas con sus dificultades. Los Padres Sinodales afirmaron que “una pobreza actual es la soledad fruto de la ausencia de Dios”.
La falta de viviendas dignas posterga una formalización para la vida familiar, hay que insistir en los derechos de la familia y no sólo en los individuales. La familia ocupa poco espacio en los proyectos políticos. El actual sistema económico produce exclusión social. Las posibilidades de trabajo son pocas, las ofertas son selectivas y precarias, jornadas de trabajo largas y tiempos largos de desplazamiento. Los miembros de la familia no pueden alimentar sus relaciones interpersonales.
Son muchos los niños que crecen fuera del matrimonio, hay niños en situación de riesgo por vivir en la calle, son víctimas de guerras, terrorismo, y crimen organizado. Familias que tienen algún miembro con discapacidad, es un gran desafío, profundo e inesperado, las familias o algún miembro que ha tenido que migrar para buscar el sustento de la misma, la situación de familias sumidas en la miseria, todas ellas son situaciones paradigmáticas que la sociedad debiera acoger con misericordia e integrar a los más frágiles.
Dentro de los más frágiles se encuentran los ancianos, la mayoría de las familias respeta a los abuelos y los rodea de cariño es importante reconocer a las asociaciones y movimientos familiares que trabajan con los ancianos. En sociedades altamente industrializadas mientras la tasa de natalidad disminuye, los ancianos son vistos como un peso, es necesario “valorar la fase conclusiva de la vida” . ya que se trata de anular los posibles momentos del paso por ésta última etapa de vida y se usa a los ancianos explotándolos para sacar ventajas económicas. Un gran número de ancianos es acogido en estructuras eclesiales en un ambiente sereno y familiar. La eutanasia y el suicidio asistido son amenazas para las familias. Su práctica es legal en muchos países, la Iglesia se opone a ello y siente el deber de ayudar a las familias que cuidan a sus ancianos y enfermos.
El salmo 71,9 sobre los ancianos dice: “No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones”. Es el clamor del anciano, que teme el olvido y el desprecio. Así como Dios nos invita a ser sus instrumentos para escuchar la súplica de los pobres, también espera que escuchemos el grito de los ancianos Esto compete a las familias y a las comunidades, porque la Iglesia propone una mentalidad de tolerancia, hospitalidad, amor a los ancianos que les haga ser parte viva de su comunidad.
Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra diaria batalla por una vida digna. ¡cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos!
San Juan Pablo II nos invitó a prestar atención al lugar del anciano en la familia, porque hay culturas que, « como consecuencia de un desordenado desarrollo industrial y urbanístico, han llevado y siguen llevando a los ancianos a formas inaceptables de marginación.
Los ancianos ayudan a percibir la continuidad de las generaciones, con el carisma de servir de puente.
Muchas veces son los abuelos quienes aseguran la transmisión de los grandes valores a sus nietos, y muchas personas pueden reconocer que deben precisamente a sus abuelos la iniciación a la vida cristiana Sus palabras, sus caricias o su sola presencia, ayudan a los niños a reconocer que la historia no comienza con ellos, que son herederos de un viejo camino y que es necesario respetar a los que nos anteceden.
Quienes rompen lazos con la historia tendrán dificultades para tejer relaciones estables y para reconocer que no son los dueños de la realidad. Entonces, la atención a los ancianos habla de la calidad de una civilización. ¿Se presta atención al anciano en una civilización? ¿Hay sitio para el anciano? Esta civilización seguirá adelante si sabe respetar la sabiduría, la sabiduría de los ancianos.
La ausencia de memoria histórica es un serio defecto de nuestra sociedad. Es la mentalidad inmadura del “ya fue”. Conocer y poder tomar posición frente a los acontecimientos pasados es la única posibilidad de construir un futuro con sentido. No se puede educar sin memoria: Las narraciones de los ancianos hacen mucho bien a los niños y jóvenes, ya que los conectan con la historia vivida tanto de la familia como del barrio y del país. Una familia que no respeta y atiende a sus abuelos, que son su memoria viva, es una familia desintegrada; pero una familia que recuerda es una familia con porvenir. Por lo tanto, en una civilización en la que no hay sitio para los ancianos o se los descarta porque crean problemas, esta sociedad lleva consigo el virus de la muerte.
NOTAS TOMADAS DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
AMORIS LÆTITIA (LA ALEGRIA DEL AMOR CAPITULOS II Y V)
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
MAYO 2017
HASTA LA PRÓXIMA
SILVIA MADRIGAL H.
Iglesiaehistoria.com | Querétaro, México | 2017
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