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Entorno Matrimonial y Familia "El Matrimonio es y seguirá siendo el viaje de descubrimiento más importante que el hombre pueda tener" Soren Kierkegaard "El matrimonio es como la muerte, pocos llegan a él preparados"
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Entorno Matrimonial y Familia

EL MATRIMONIO Y EL ADULTERIO

 

José María Iraburu, sacerdote

 

Jesucristo es el Salvador único del matrimonio. El Hijo eterno de Dios «propter nos homines et propter nostram salutem descendit de cælis. Et incarnatus est». Se hizo hombre para introducir en la raza humana unas fuerzas sobrehumanas de salvación, absolutamente necesarias para levantar al hombre, caído en un mundo miserable de pecado. Es Cristo quien salva todo lo humano, y quien concretamente salva al matrimonio, revelando su verdad maravillosa, lo que era «en el principio»: un vínculo conyugal de amor único, indisoluble y fecundo (Mt 19,3-9; Gén 1,27-28), y dándonos su gracia para poder vivirlo.

Sin Cristo, el matrimonio, como todo lo humano, se desfigura, se falsifica, se pudre. Así estaba el matrimonio en el mundo cuando vino el Salvador: adulterio, aborto, infanticidio, divorcio express, equivalente a una poligamia sucesiva, bigamia, poligamia, anticoncepción, repudios de la mujer por cualquier causa –incluso en Israel (Mt 5,31-32)–, concubinatos –innumerables, habiendo esclavos y esclavas–, glorificación de la homosexualidad (Rm 1,26-27), hijos sin padre, o con varios «padres» sucesivos… Un horror. Y así está hoy el matrimonio en el mundo, allí donde los hombres se alejan de Cristo. Una miseria.

Con Cristo, el matrimonio se verifica y dignifica, refleja la unidad amorosa de la Trinidad divina, cumple el plan establecido por Dios «en el principio», se hace bello, estable, perdurable, cálido, radiante: imagen de la unión de Cristo con la Iglesia, su Esposa única (Ef 5,32). Así lo han demostrado las familias cristianas durante veinte siglos, y lo siguen mostrando y demostrando hoy los matrimonios que viven de verdad en Cristo. No hay, pues, posible sanación del matrimonio sin conversión a la vida en Cristo, pues «en ningún otro nombre podemos ser salvados» (Hch 4,12). Sólo viviendo en Cristo es posible vivir el matrimonio en toda su plenitud de honestidad, fidelidad y santidad.

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¿Y cómo Cristo nos revela y suscita en nosotros el verdadero matrimonio? Por tres vías confluentes. «La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de tal modo que ninguno puede subsistir sin los otros. Los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas» (Vaticano II, Dei Verbum 10). En el entendimiento de estas fuentes de vida cristiana convergentes la Iglesia experimenta al paso de los siglos un desarrollo maravilloso, porque, según la palabra de Cristo, «el Espíritu de la verdad os guiará hacia la verdad completa» (Jn 16,13). Pero el desarrollo eclesial en su ortodoxia y ortopraxis es siempre homogéneo, siempre fiel a sí mismo. Como advierte San Vicente de Lerins (+450), «este crecimiento debe seguir su propia naturaleza, es decir, debe estar de acuerdo con las líneas del dogma y debe seguir el dinamismo de una única e idéntica doctrina» (Commonitorio cp 23). Así crece un niño, o un árbol, siempre fiel a su propio ser.

La fidelidad al verdadero matrimonio nos viene, pues, asegurada por la fidelidad a la Escritura, la Tradición y el Magisterio apostólico de la Iglesia. Una ruptura en la historia concreta, por ejemplo, del matrimonio cristiano exige al mismo tiempo una fidelidad tanto a su doctrina, gradualmente desarrollada sobre todo por los Padres y Concilios hasta el día de hoy, como una fidelidad a su disciplina pastoral y canónica, siendo la ortopraxis la expresión práctica de la ortodoxia. Así en los Concilios, en Trento, por ejemplo, acerca de una cuestión, hay unos capítulos de exposición doctrinal, que se expresan finalmente en un conjunto de cánones disciplinarios. Unas enseñanzas o unas disposiciones prácticas que hoy se tomaran acerca del matrimonio cristiano, para ser verdaderas, esto es, salvíficas, habrán de guardar fidelidad no sólo a la tradición doctrinal de la Iglesia, sino también a su tradición práctica pastoral y canónica.

En los meses precedentes al Sínodo episcopal de octubre 2014 se han publicado notables estudios doctrinales para asegurar la validez ortodoxa de las consideraciones sinodales. Muchos de estos estudios han sido publicados en InfoCatólica. Allí pueden hallarse los textos doctrinales últimamente publicados sobre estos temas por autores como los Cardenales Müller, Caffarra, Burke, Brandmüller, Pell, De Paolis, Dolan, Ruini, Martino… y otros estudios muy valiosos, como el de un equipo de profesores dominicos. En este breve artículo quiero apoyar las tesis de esos documentos teológicos y doctrinales con una síntesis de la praxis pastoral y canónica de la Iglesia en estas cuestiones, aunque en una buena parte ya lo hacen en parte los estudios aludidos.

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Cuando hoy intentamos suscitar matrimonios verdaderamente cristianos en un mundo paganizado debemos, pues, recordar la Tradición de la Iglesia. ¿Cómo hicieron los apóstoles para iluminar las tinieblas del mundo greco-romano con la novedad grandiosa del matrimonio cristiano? Y tengamos en cuenta que las tinieblas de la apostasía actual son en muchas naciones mucho más tenebrosas que las tinieblas del paganismo que hallaron ante sí los Apóstoles… Ellos no rebajaron el ideal evangélico del matrimonio en Cristo para hacer el cristianismo más asequible a los paganos. Suscitaron con su palabra verdadera y con sus normas de vida que en las comunidades cristianas se viviera con normalidad el matrimonio monógamo indisoluble, lo que viene a ser un milagro. Consiguieron establecer de hecho el matrimonio verdadero por primera vez en la historia, viviendo, insisto, en un mundo que en estas materias estaba pervertido como lo está actualmente en las naciones apóstatas, antes cristianas. Siempre denunciaron las degradaciones generalizadas en la sociedad pagana. Siempre suscitaron en los fieles con su predicación el amor al santo matrimonio, inculcándoles al mismo tiempo el horror a los pecados que le son contrarios –adulterio, bigamia, concubinato, anticoncepción, aborto–. Siempre confirmaron la gravedad de la verdad que predicaban con una disciplina eclesial sumamente rigurosa, llegando incluso a aplicar la excomunión, según la enseñanza bien conocida de Cristo y de los apóstoles, cuando era conveniente.

El adulterio, concretamente, es citado en las antiguas listas de pecados entre los más graves, entre los acreedores de las penitencias más severas. Escribe el P. Miguel Nicolau, SJ (subrayados suyos): Por algunos documentos antiguos «tenemos ya noticia de tres delitos (adulterio y fornicación, homicidio, apostasía o herejía) que revestían particular gravedad. Aun de estos delitos la Iglesia podía conceder el perdón; y llegó a concederlo. Pero se diría que al final del siglo II se había introducido una severidad práctica con el fin de evitar la repetición de tales pecados. En virtud de esta severidad disciplinar (no dogmática, como si fuera imposible el perdón) estos pecados eran pecados reservados, cuyo perdón se difería para después de cumplido un tiempo de penitencia, que podía durar años» (La reconciliación con Dios y con la Iglesia, ed. Studium, Salamanca 1976, 74; cf. etiam Cyrille Vogel, El pecador y la penitencia en la Iglesia antigua, Ed. Litúrgica española, Barcelona 1968).

San Agustín (+430) considera como pecados capitales, es decir, los más graves y los más generadores de otros pecados, «el sacrilegio, el homicidio, el adulterio, el falso testimonio… Porque quienquiera que sabe que algunos de estos pecados lo dominan, si no se enmendare dignamente y no hiciere largo tiempo de penitencia, teniendo espacio, y no diere copiosas limosnas y no se abstuviere de estos pecados, no podrá ser purificado con aquel fuego temporal de que habla el apóstol [1Cor 3,11-15], sino que lo atormentará la llama eterna sin remedio alguno» (Sermo 104).

Esa «guerra total» de la Iglesia antigua contra la degradación imperante del matrimonio en la sociedad greco-romana –adulterio, concubinato simple, bigamia, etc.–, esa «determinada determinación» de lograr santos matrimonios cristianos, por la gracia de Cristo Esposo de la Iglesia santa, en medio de un mundo podrido por la lujuria, la avidez de riquezas y placeres, se refleja frecuentemente en los escritos de los autores antiguos y de los Santos Padres.

Ese horror total hacia el adulterio es inculcado en –Tertuliano (+220; De spectaculis 3 y 20), –en las Constituciones de los Apóstoles (380; lib. VII,9: cita el adulterio en segundo lugar, después del homicidio), –en San Agustín (+430; Sermo351, también lo cita en segundo lugar), –en San Cesáreo de Arlés (+542): «ante todo guardad la castidad, con la ayuda de Dios, pues está escrito en las Escrituras: “[no os engañéis:…] los adúlteros no heredarán el reino de Dios” (1Cor 6,9), y “a los fornicarios y adúlteros Dios los juzgará” (Heb 13,4)»; –en todos los Padres. Hallamos expresada esa misma actitud pastoral en los cánones conciliares de los más antiguos Concilios. A grandes males, grandes remedios.

Pongo algún ejemplo. El Concilio de Elvira (¿303?), por ejemplo, dedica varios cánones (6-11) a combatir entre los cristianos el adulterio con normas muy severas. A la adúltera arrepentida y penitente, se le puede dar «la comunión sólo en el lecho de muerte» (10). Pero aquel que ha cumplido la penitencia por su adulterio, «si recae en la impureza: decretamos que le sea negado el viático in articulo mortis» (7). Poco después, el concilio ecuménico de Nicea (325) suaviza esta norma, y ordena que «en peligro de muerte a nadie se le prive del último y más necesario viático» (canon 13). Como vemos, evoluciona la disciplina de la penitencia al paso de los siglos, también en lo referente al matrimonio, pero permanece siempre en la Iglesia una pastoral absolutamente decidida a liberar el matrimonio de las tinieblas del pecado, para establecerlo por la gracia en la luz de Cristo, esposo de la Iglesia.

Y conviene hoy recordar que la Iglesia venció en esta guerra al mundo pecador, y la indisolubilidad del matrimonio monógamo prevaleció comúnmente en el pueblo cristiano. En lo referente al adulterio, ciertamente, no eliminó de los fieles los adulterios eventuales, cometidos por la debilidad ante la tentación. Pero sí redujo en muy notable medida los adulterios estables, voluntariamente consentidos durante años, pues los adúlteros persistentes adquirían la condición de «pecadores públicos», y quedaban excluidos, entre otras cosas, de la comunión eucarística y de la sepultura eclesiástica.

Por eso, aquellas Iglesias locales que hoy padecen una tolerancia comprensiva hacia los «cristianos divorciados vueltos a casar», bajo una apariencia de caridad y benignidad, se alejan indeciblemente de Juan Bautista, de Cristo, de los Apóstoles, de la Iglesia antigua y de la Iglesia de siempre, una, santa, católica y apostólica, haciendo imposible la renovación del matrimonio cristiano en el Evangelio, por tantos medios combatido y hostilizado en nuestro tiempo, incluso por las leyes civiles.

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La trivialización del adulterio es sin duda una de las características de las Iglesias locales más o menos descristianizadas. En ellas, por ejemplo, podremos oír a una madre, cristiana devota y practicante, excusar el adulterio estable de su hija, alegando: «si fracasó su primer matrimonio, tiene derecho a intentar un nuevo matrimonio: tiene derecho a ser feliz». O a un párroco: «una pareja de divorciados vueltos a casar son en mi parroquia ¬–en la catequesis, en las celebraciones litúrgicas, en el consejo pastoral– uno de los matrimonios más activos y ejemplares de la feligresía»…

Yo conocí en Chile el caso de un joven casado que se vio abandonado por su esposa. Era un buen cristiano, y durante años vivió solo con dos niños que su mujer le había dejado como recuerdo. Daba con su vida un ejemplo precioso de fidelidad a su vínculo conyugal indisoluble. Colaboraba mucho en la parroquia, y un día el cura –por cierto, centroeuropeo– le dijo que así no podía seguir; que se buscara una buena esposa, que le diera una madre a sus hijos, y que tratase de rehacer su vida. Y este laico, engañado por el sacerdote diabólico –tentador–, terminó, efectivamente, casándose. Hizo a un lado la cruz, y dejó así de seguir a Cristo. Por consejo de su párroco.

El escándalo mundial del funeral religioso de Pavarotti (2007) puede considerarse como un caso muy significativo, totalmente impensable en otros tiempos de más fe. En el primero de un par de artículos que publiqué hace cinco años sobreEl adulterio aludía a ese funeral.

«La grandiosa catedral de Módena, una de las joyas más preciosas del románico en Europa, en el corazón de la Emilia-Romaña, pocas veces durante sus nueve siglos de existencia se ha visto invadida y rodeada por muchedumbres tan numerosas, unas 50.000 personas, como las que acudieron a ella, encabezadas por una turba de políticos, artistas y periodistas, con ocasión de los funerales de Luciano Pavarotti.

Nacido en Módena, en 1935, fue unos de los más prestigiosos tenores de ópera de su tiempo. Casado con Adua Vereni, de la que tuvo tres hijas, se divorció de ella después de treinta y cuatro años, en 2002, y en 2003, a los sesenta y ocho años de edad, se unió en ceremonia civil con Nicoletta Mantovani, treinta años más joven, con la que convivía desde hacía once años y de la que tuvo una hija. Hubo de pagar por el “cambio”, según la prensa, cifras enormes de dinero. Murió en el año 2007 y sus funerales, celebrados en la catedral de su ciudad natal por el Arzobispo de Módena y dieciocho sacerdotes, “fueron exequias propias de un rey”. La señorita Mantovani ocupaba el lugar propio de la viuda; aunque también, más retirada, estaba presente la señora Vereni. El Coro Rossini, el canto del Ave Maria (soprano Kabaivanska) y del Ave verum Corpus (tenor Bocelli), el sobrevuelo de una escuadrilla de la aviación militar, trazando con sus estelas la bandera italiana, fue todo para los asistentes una apoteosis de emociones. Pero quizá el momento más conmovedor fue cuando el señor Arzobispo leyó un mensaje escrito en nombre de Alice, la hija de cuatro años nacida de la Mantovani: “Papá, me has querido tanto”…

La abominación de la desolación instalada en el altar [Mt 24,15; Mc 13,14; Dan 9,27; 11,31; 12,11]. El Código de Derecho Canónico manda que “se han de negar las exequias eclesiásticas, a no ser que antes de la muerte hubieran dado alguna señal de arrepentimiento […] a los pecadores manifiestos, a quienes no pueden concederse las exequias eclesiásticas sin escándalo público de los fieles” (c. 1184). Es verdad que, tal como están las cosas, muchos de los fieles cristianos, curados ya de espanto, no suelen escandalizarse por nada, tampoco por ceremonias litúrgicas como ésta, tan sumamente escandalosa. Pero es éste un signo muy malo».

En el ambiente de una Iglesia local más o menos relajada en la fe y en las costumbres será normal que los casos de cristianos «divorciados vueltos a casar» sean muy frecuentes. Casos como el funeral de Pavarotti, lógicamente, no causan escándalo. El adulterio no causa ya ningún horror en la comunidad cristiana, y tampoco en sus Pastores.

En este sentido, por otra parte, resulta muy significativo que aquellos Pastores sagrados que hoy con más fuerza exigen la posibilidad de la comunión eucarística para «los divorciados vueltos a casar», con frecuencia presiden Iglesias locales en las que «los adúlteros» se han multiplicado grandemente. Causæ ad invicem sunt causæ… Pero ciertamente no es por esa línea por la que se recupera la maravilla del matrimonio cristiano allí donde se ha ido degradando y falsificando más y más.

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Ayer se publicó la Relación del Sínodo de los Obispos (18-X-2014). Yendo al grano directamente, en favor de la brevedad, señalaré aquí únicamente algunos números (41, 52, 53 y 55) que me parecen incompatibles con la doctrina y con lapastoral acerca del matrimonio. Y me fijaré solamente en el número 52:

52. Si è riflettuto sulla possibilità che i divorziati e risposati accedano ai sacramenti della Penitenza e dell’Eucaristia. Diversi Padri sinodali hanno insistito a favore della disciplina attuale, in forza del rapporto costitutivo fra la partecipazione all’Eucaristia e la comunione con la Chiesa ed il suo insegnamento sul matrimonio indissolubile. Altri si sono espressi per un’accoglienza non generalizzata alla mensa eucaristica, in alcune situazioni particolari ed a condizioni ben precise, soprattutto quando si tratta di casi irreversibili e legati ad obblighi morali verso i figli che verrebbero a subire sofferenze ingiuste. L’eventuale accesso ai sacramenti dovrebbe essere preceduto da un cammino penitenziale sotto la responsabilità del Vescovo diocesano. Va ancora approfondita la questione, tenendo ben presente la distinzione tra situazione oggettiva di peccato e circostanze attenuanti, dato che «l’imputabilità e la responsabilità di un’azione possono essere sminuite o annullate» da diversi «fattori psichici oppure sociali» (Catechismo della Chiesa Cattolica, 1735).

Esta proposición no obtuvo la aprobación de los Padres sinodales, para lo cual hubiera necesitado dos tercios de votos favorables, según establece el Art. 26,1 del Reglamento del Sínodo, Ordo synodi episcoporum (2006). Pero consiguió solamente un 58,42% de votos favorables. Tampoco fueron aprobados los puntos 53 y 55, referentes al acceso a la comunión espiritual y eucarística de los divorciados vueltos a casar, y sobre la unión de personas homosexuales.

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InfoCatólica, al menos su Dirección y Consejo, une su voto en la proposición 52 a los 74 [o más] votos favorables a mantener la doctrina y la disciplina pastoral y canónica actuales, con los retoques prudenciales que se vieran necesarios. Pero se opone, y se opondrá hasta la celebración del próximo Sínodo, o más bien hasta la Exhortación apostólica que eventualmente publique después el Papa, a esa presente posición sinodal [supuestamente] mayoritaria, laboriosamente preparada y conseguida

 La Iglesia debe mantenerse siempre fiel a la Tradición doctrinal y pastoral que, fundamentada en la Sagrada Escritura, ha sido propuesta por el Magisterio apostólico, presidido por los Sucesores de Pedro. Los documentos actualmente vigentes sobre el punto 52 –los divorciados vueltos a casar y su imposibilidad de comulgar en la Eucaristía– son lo que ya cité en mi artículo anterior (286-2): Sínodo episcopal (1980) y encíclica Familiaris consortio (1981); Catecismo de la Iglesia Católica (1992) y Carta de la Congregación de la Fe sobre la comunión eucarística de los divorciados que se han vuelto a casar (1994). De ésta, vuelvo a transcribir aquí la doctrina y la norma pastoral que hoy están vigentes en la Iglesia Católica:

«Por consiguiente, frente a las nuevas propuestas pastorales arriba mencionadas, esta Congregación siente la obligación de volver a recordar la doctrina y la disciplina de la Iglesia al respecto. Fiel a la palabra de Jesucristo, la Iglesia afirma que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el anterior matrimonio. Si los divorciados se han vuelto a casar civilmente, se encuentran en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios y por consiguiente no pueden acceder a la Comunión eucarística mientras persista esa situación».

Sería una gran infidelidad a la Iglesia y un gran pecado aplicar ya en las parroquias, en cuanto a la admisión de los adúlteros en la comunión eucarística, unas normas pastorales no aprobadas en el Sínodo episcopal de 2014 y pendientes de deliberaciones y decisiones posteriores.

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Algunas consideraciones complementarias

–Unas doctrinas y unas normas pastorales y canónicas que fueran tan contrarias a las vividas por la Iglesia durante veinte siglos no pueden ser verdaderas, ni llegarán a estar vigentes en la Iglesia, «columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,9). Con todos los muchos desarrollos doctrinales, pastorales y canónicos que la Iglesia ha recibido del Espíritu Santo en toda su historia, siempre ha crecido en perfecta fidelidad a sí misma, en una evolución homogénea de la doctrina y de la vida pastoral.

–La Constitución del Sínodo de los Obispos, Apostolica sollicitudo (15-X-1965), promulgada motu proprio como Carta Apostólica por el Papa Pablo VI, establece: «II. Corresponde al Sínodo de los Obispos, por su misma naturaleza, la tarea de informar y aconsejar. Podrá gozar también del poder deliberativo cuando se lo conceda el Romano Pontífice, a quien corresponderá en este caso ratificar la decisión del Sínodo».

–La mayor parte de la prensa mundana, y buen parte de la católica, presentan como «aprobadas» ciertas proposiciones del Sínodo episcopal que se ha celebrado, incluso en los puntos que no han logrado la aprobación de la asamblea sinodal. «Por fin la Iglesia concede la comunión a los divorciados vueltos a casar»… Es normal que el mundo multiplique innumerablemente esta falsedad. Pero su eventual aceptación por una parte de Obispos, párrocos y fieles, así como por los medios de comunicación católicos, resultaría especialmente escandalosa. De hecho, la publicación de las propuestas no aprobadas por el Sínodo parece dispuesta para orientar, en orden al próximo Sínodo ordinario, la reflexión de Obispos, teólogos y fieles. Y en la práctica, contra las normas doctrinales y pastorales vigentes hoy en la Iglesia, favorecerá la comisión de sacrilegios.

–La crisis presente ocasionada en el Sínodo (2014), en cuanto a la comunión eucarística de los adúlteros, recuerda la crisis de la Humanæ vitæ (1968), sobre la posible aceptación de los métodos anticonceptivos. Antes de la encíclica, una fuerte y amplísima presión encabezada por las Iglesias locales centroeuropeas (Häring y Cía.; el Kasper de entonces), con la universal colaboración de los medios de comunicación del mundo y de buena parte de la Iglesia, venía a exigir al Papa que declarase lícito el uso de anticonceptivos, y así lo aconsejaron también con amplias mayorías las mismas Comisiones formadas por la Santa Sede sobre esta cuestión.

Finalmente el Beato Pablo VI, ateniéndose al dictamen de una Comisión claramente minoritaria, encabezada por el Padre Marcelino Zalba Erro, SJ, navarro, realizó en vida su primer milagro: escribir y firmar la encíclica Humanæ vitæ, una de las estrellas más brillantes del cielo doctrinal de la Iglesia Católica. Lo que vino a demostrar que a nuestro Señor Jesucristo le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, y que en la Iglesia –y también en el mundo, aunque de otra manera¬– vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Post post. El ejemplo que he puesto con el adulterio de Pavarotti es el caso de un adulterio muy especialmente indigno e indignante. No suelen ser así la inmensa mayoría de los casos de cristianos divorciados, vueltos a casar. A esa situación han llegado con frecuencia después de muchos errores, pecados, abandono de la oración y los sacramentos, y a través no pocas veces de muchos sufrimientos, huyendo quizá de situaciones muy desgraciadas, más que buscando el gozo y el placer. La Iglesia se compadece de ellos como Madre, y les ayuda en todo lo que puede, ora por ellos… y los llama a conversión.

 

 

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