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(60) EL RINCÓN DE LOS ABUELOS

PENSAR PARA  DISCERNIR NUESTRAS ACCIONES NOS LLEVA A LA LIBERTAD
(PARTE 1)

Creí necesario hacer un extracto del trabajo de Jutta Burggraf  para colocarnos en el camino de la reflexión interior y del porque de la filosofía que, como ella misma anota, pareciera un trabajo inútil y poco utilitario, sin embargo, es ese tipo de trabajos que nos zarandean para ubicarnos en nuestra realidad.

Las siguientes ideas son tomadas de Jutta Burggraf   sobre uno de sus artículos Pensar con Libertad.
JUTTA BURGGRAF. Nacida en Hildesheim (Alemania). Doctora en Pedagogía (Universidad de Köln). Doctora en Teología (Universidad de Navarra), donde es Profesora de Teología Dogmática.

Somos libres para pensar por cuenta propia. Pero, ¿tenemos el valor de hacerlo de verdad? ¿O estamos más bien acostumbrados a repetir lo que dicen los demás?

¿Hemos aprendido a ejercer nuestra facultad para discurrir y discernir?

El Papa Juan Pablo II (Encíclica Fe y Razón) afirma algo que parece atrevido a primera vista: “Cada hombre es, en cierto modo, filósofo y posee concepciones filosóficas con las cuales orienta su vida.”  ¿Qué quiere decir esto?

Un profesor de química, un ama de casa, un taxista, una ministra, un campesino, una artista, un futbolista, ¿todos ellos pueden ser filósofos?

En el caso de la filosofía: cualquiera se atreve a hablar de temas filosóficos. Es común escuchar conversaciones profundas sobre el mundo, el sentido de la vida o lo extraño que es que el tiempo pase tan rápido y no se pueda conservar el momento.

Es interesante que,  fijándonos un rato en la aguja, y observando cómo se mueven el segundero, el minutero… nos preguntamos, casi sin darnos cuenta ¿qué es el instante? ¿qué significa el presente? ¿me estoy moviendo ya en el futuro? ¿O estoy en el pasado?.  Incluso San Agustí afirmó: “Yo sé lo que es el tiempo, siempre que no me lo preguntes.”

En principio, todo hombre está capacitado para reflexionar sobre las dimensiones más profundas de la vida. ¿Significa esto que todos los hombres somos filósofos, en el sentido estricto de la palabra?

Nada de eso. Pero significa que la filosofía es distinta a las demás ciencias, y que, en principio, todo hombre capaz de razonar puede ejercer de filósofo.
Todo ser humano, tarde o temprano, se plantea el por qué y el para qué de su existencia, se pregunta de dónde viene y a dónde va, quién es y lo que podría hacer de su vida. En esto se distingue de los animales.

Los filósofos de la Antigüedad llegaron a decir que si una persona no se plantea las preguntas fundamentales de la vida y solamente vive de un día para otro (de una comida a la otra, de un telediario al otro), habrá “fracasado” en su existencia. En lo más profundo de su ser no habrá llegado a encontrarse a sí mismo; no se habrá “convertido en hombre”. Dicho de manera: su existencia .no habrá sido digna de ser la de un hombre.

Es un rasgo característico de nuestro tiempo, que no pocas personas parecen carecer de inquietudes intelectuales. Hasta se muestran “alegres”  que no se preocupan del porqué de la vida, ni se formula la mera pregunta por el sentido de la existencia. Nos encontramos frente al peligro de no vivir la vida, sino de “dejarse llevar”. A veces, no disponemos de la suficiente calma interior para considerar los acontecimientos con cierta objetividad y tomar conciencia de la propia situación existencial. No reflexionamos sobre el sentido y los objetivos del propio actuar; en definitiva: no ejercemos como filósofos, prescindiendo así de una dimensión esencial de la vida humana.

Plantearse las  interrogantes: ¿por qué? y ¿a dónde?”.es ya una primera señal de que una persona se rebela ante la perspectiva de vivir como un animal. Normalmente se puede filosofar, claro está, cuando las necesidades básicas de la vida están al menos mínimamente colmadas. Pero aunque este sea el caso, observamos una cierta “apatía”, una cierta “abstención de pensar”, justamente en las sociedades occidentales consumistas.

Nuestra vida se ha convertido, en muchos sentidos, en un ajetreo continuo. Muchos sufren las consecuencias  del estrés o de un cansancio crónico. La dureza de la vida profesional, y también las exigencias exageradas de la industria del ocio, traen consigo  obligaciones excesivas, así que lo único que se desea por la noche es descansar, distraerse de los problemas cotidianos, y no esforzarse nada más. Todo esto puede llevar a una cierta “enajenación espiritual”, a la superficialidad de una persona que vive sólo en el momento, para las cosas inmediatas. En nuestra sociedad de bienestar tan saciada, con frecuencia, resulta muy difícil detenernos a reflexionar.

Una persona que se deja absorber por el materialismo y el sensualismo, se embota y se ciega frente a lo espiritual. Uno puede acostumbrarse a casi todo, incluso a no utilizar su entendimiento para realizar las críticas más elementales y necesarias.

Un exceso de información también puede ser un impedimento. Vivimos en la era de los medios de comunicación de masas.  Recibimos una inmensa cantidad de información.  se ha multiplicado enormemente el volumen de la información que recibimos cada día, a la vez que se ha especializado.

Es difícil para una persona convertirse en un filósofo sin una cierta “actitud distante” con respecto a los medios de información. El escritor ruso Dostoievski afirma: “Estar solo de vez en cuando, es más necesario para una persona normal que comer y beber.” A lo largo de la historia, hubo grandes pensadores que se separaron voluntariamente del ajetreo de la sociedad. No querían distraerse con banalidades.
Este tema tendrá continuidad la próxima colaboración.

HASTA LA PROXIMA
SILVIA MADRIGAL
MAYO   2014


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