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https://es.zenit.org/articles/que-deben-hacer-los-matrimonios-jovenes-para-acercar-a-sus-hijos-a-dios-i/

 

¿QUÉ DEBEN HACER LOS MATRIMONIOS JÓVENES PARA ACERCAR A SUS HIJOS A DIOS? (I)
LOS PADRES DEBEN FACILITAR QUE SUS HIJOS VAYAN A DIOS SIEMPRE
2 AGOSTO 2016CATHOLIC.NETFAMILIA E INFANCIA

 

El título corresponde a la pregunta que una lectora ha tenido a bien hacerme llegar por escrito. Como ni el contenido de la pregunta ni la respuesta compromenten en absoluto la privacidad de la comunicación, ni hay riesgo de quebranto de ningún dato ni secreto que guardar, me ha parecido que podía ser conveniente hacer pública la pregunta y la respuesta para los lectores de la revista porque tal vez haya a quien le pueda resultar de utilidad; todo ello con el conocimiento previo de la interesada.
Para no faltar a la verdad he de decir también que la contestación que paso a reproducir, coincide en el contenido de la respuesta dada a esta lectora, si bien aquí me he permitido introducir algunas modificaciones con explicaciones algo más amplias sobre puntos que en la comunicación original se exponían con menor extensión. Esa respuesta ha sido como sigue:
Muy estimada:
Me hace usted una pregunta muy interesante y muy abierta, tanto que cabría exponer todo un programa educativo para darle una respuesta cumplida. Al pedirme un consejo para los matrimonios jóvenes, entiendo que los hijos son niños y en eso me centraré, pero hay que decir que los padres deben facilitar que sus hijos vayan a Dios siempre, independientemente de la edad de los padres e independientemente de la edad de los hijos. No son pocos los casos en que padres ya ancianos, con el peso de la vida a sus espaldas, a veces con una sola palabra, a veces con su ejemplo, vienen a reconducir la vida de sus hijos ya adultos. Aunque, como le digo, yo me centraré en el caso de niños pequeños. Iré por partes:
1. En primer lugar, se debe tener claro que los hijos son hijos de sus padres y son hijos de Dios, y que la filiación respecto de Dios es más intensa que la filiación humana. Entre ambas filiaciones hay varias diferencias, pero yo le señalaré solo esta:
La dependencia de los padres va de más a menos, va disminuyendo desde una dependencia absoluta hasta desaparecer con la entrada de los hijos en la vida adulta. Cuando el hijo nace, los padres tienen que sostenerlos en todo, pero a medida que la vida del hijo se va desarrollando (vida corporal, facultades, mundo de relaciones, etc.) los hijos se van valiendo cada vez más por ellos mismos, hasta el punto de poder vivir de manera independiente y autónoma, sin la ayuda paterna.
Con respecto a Dios ocurre al revés. Lo propio del cristiano es que pase de ser niño en la fe a ser adulto, pero este crecimiento no supone independencia del Padre Dios, sino lo contrario. A mayor crecimiento en la vida espiritual, mayor dependencia de Dios. No debería extrañar, puesto que en la vida humana también vemos que este ejemplo se cumple en algunos casos. Como me estoy dirigiendo a matrimonios jóvenes, creo que es muy oportuno poner al matrimonio como ejemplo. Si las cosas se hacen como se debe, cuando un hombre y una mujer (normalmente jóvenes) deciden casarse es porque su amor de novios ha madurado lo suficiente como para dar ese paso definitivo. Es claro que para el momento del “sí, quiero” ante el altar, se quieren todo lo que puedan quererse un hombre y una mujer como para entregarse mutuamente en cuerpo y alma y para siempre. Eso es verdad, pero el amor inicial que los lleva a unirse, por grande que sea, está en sus inicios y, por lo mismo, llamado a crecer y madurar muchísimo con el paso de los años. Y si llegan felizmente a la ancianidad, podrán comprobar y testimoniar cómo aquel amor inicial tan grande, ahora se ha hecho más grande todavía en el sentido de estar más acrisolado, más depurado, más solícito, de haber madurado hasta el punto en que puede madurar el amor humano que consiste en no saber distinguir dónde empieza el esposo y acaba la esposa, y viceversa.
El amor crecido no les ha hecho más independientes, sino lo contrario, más necesitados. Pues bien, valga el ejemplo para entender lo que quiero decirle con la filiación divina. Según se va desarrollando nuestra fe y vamos creciendo en vida de santidad y en perfección cristiana, nos vayamos viendo cada vez más menos autónomos y, por tanto, más dependientes y más necesitados de Dios. Para el cristiano de fe poco desarrollada, Dios está lejos, a veces a una distancia sideral, casi ajeno a su vida, mientras que el cristiano de fe adulta entiende que no puede dar un paso sin acudir a Dios y se ve cada vez más estrechamente unido a él y más colgado de su mano providente. El primero vive como autónomo, o sea como huérfano; el segundo como hijo.
2. Hasta que unos padres no entiendan que Dios es más padre de sus hijos que ellos mismos, no se habrán situado en el camino correcto para educar cristianamente a sus hijos. ¿Por qué es eso así? Por algo a lo que me referiré en un punto posterior: porque los padres son a su vez hijos. Cuando un hombre y una mujer se convierten en padres, el hecho de ser padres no anula su condición original de hijos, hijos de sus padres e hijos de Dios. La condición de hijo es un dato de identidad de toda persona, un dato que permanece en el tiempo y que explica, en parte, nuestro propio ser. Quien desustancia u olvida su condición de hijo, pierde una referencia importante y única sobre quién es él.
A continuación hay que preguntarse por la función del hijo. ¿Qué nos corresponde en cuanto hijos? La respuesta es la siguiente: Lo propio del hijo es recibir. Lo que a un hijo le corresponde como hijo no es dar, sino recibir. Sabemos que esto es así por los estudios de las ciencias humanas sobre la familia y lo sabemos sobre todo por Jesucristo, que es el Hijo, con mayúscula, el Hijo Único de Dios e hijo del matrimonio formado por San José y la Santísima Virgen María. Pues bien, en su doble condición de Hijo Único de Dios e hijo de sus padres humanos, Cristo nos enseña en qué consiste ser hijo y cómo se es hijo. Por ser hijo de San José y de la Virgen María, en Cristo destaca especialmente su perfecta obediencia mientras dependió de ellos, a los cuales “estaba sujeto” (Lc 2, 51).
Por ser el Hijo de Dios, Cristo insiste en este aspecto de recepción una y otra vez. Le pongo algunas citas, pero en los evangelios hay muchas más. “No he venido por mi cuenta, sino que él [Dios Padre]me envió” (Jn 8, 42). “Todo me ha sido entregado por mi Padre” (Mt 11, 27).  Él, que es “el” Hijo Único de Dios, una y otra vez con su palabra y con su vida nos enseña a ser hijos. Él, aun siendo la Palabra eterna pronunciada por Dios Padre, y sin dejar de serlo, no habló nada que no le hubiera oído al Padre, ni actuó jamás por su cuenta, sino que hizo las obras que su Padre le había mandado hacer. Desde aquí puede entenderse que dijera: “Yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he decir y cómo he de hablar” (Jn 12, 49) Y refiriéndose a las obras: “El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo” (Jn 5, 19-20).
3. Lo que le voy a decir ahora, puede que suene un tanto extraño, incluso mal, pero la cosa no está en cómo suene, sino en ver si lo que se dice es verdad. Pues bien, tengo que decirle que lo que le expongo es absolutamente cierto. Se trata de lo siguiente:
Usted me pide un consejo para ayudar a los matrimonios a que acerquen sus hijos a Dios. Eso ya lo hicieron al bautizarlos. Después de llevarlos a bautizar, el gran papel que tienen los padres respecto de sus hijos no consiste en acercarlos a Dios, puesto que eso ya lo han hecho, sino en facilitarles el camino para que ellos vayan por sí mismos. Puede parecer que es lo mismo, pero no lo es. Lo digo con otras palabras: La gran misión de los padres cristianos está en no obstaculizar la acción de Dios en sus hijos. Esto no significa que los padres deban cruzarse de brazos porque para los padres cristianos no hay tiempos muertos; su actividad educativa no tiene tregua ni descanso, pero hay que entender bien cuál es su misión. Porque no se trata tanto de hacer sino de dejar a Dios que haga Él. Una de las grandes enseñanzas de San Juan de la Cruz es precisamente esta, que en la vida cristiana, no está la cosa en poner de nuestra parte sino en quitar estorbos a la acción de Dios.
Trataré de ilustrar esta idea con dos ejemplos tomados de la Sagrada Escritura:
a) En el segundo libro de Samuel, aparece cómo el rey David se dispone a construir un templo para el Señor. Entonces Dios le envía al profeta Natán a que le diga lo siguiente: “Ve y habla a mi siervo David: «Así dice el Señor: ¿Tú me vas a construir una casa para morada mía? (…)  Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa» (2º Sam 7, 5; 11).
Trasladado al tema que nos ocupa, que es ver cómo llevar los hijos a Dios, es como si Él dijera a los padres humanos. “¿Vosotros me vais a hacer el regalo de acercarme a mí a vuestros hijos? No, vuestros hijos son míos, yo os los he dado y seré yo quien os haga el regalo de traerlos a mí. El hecho de tenerlos cerca de mí no es un regalo que me hacéis, sino un regalo que os hago yo.
b) Cuando Jesucristo, el Señor, habla del acercamiento de los niños a Él, no dice “acercadme los niños”; lo que dice es: “Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis” (Lc 18, 16).

(Continuará)

https://es.zenit.org/articles/que-deben-hacer-los-matrimonios-jovenes-para-acercar-a-sus-hijos-a-dios-ii/

¿QUÉ DEBEN HACER LOS MATRIMONIOS JÓVENES PARA ACERCAR A SUS HIJOS A DIOS? (II)
PUESTO QUE EL HOGAR ES LA PRIMERA ESCUELA DE LA FE (Y LA MÁS IMPORTANTE), ES MUY IMPORTANTE SABER QUÉ COSA ES LA PRIMERA Y LA PRINCIPAL QUE HAY QUE ENSEÑAR
3 AGOSTO 2016CATHOLIC.NETFAMILIA E INFANCIA

 

Para quienes no hayan leído la primera parte, ¿Qué deben hacer los matrimonios jóvenes para acercar a sus hijos a Dios? (I), les pueden resultar útiles dos avisos: uno, que este escrito es una carta dirigida a una consultante, y dos, que en el último punto decíamos que más que los padres antes que tomar iniciativas para acercar a los hijos a Dios, debían tratar de no obstaculizar la acción de Dios en sus hijos. Ahora ya se puede entender el punto 4 con el que comenzamos porque enlaza con esa idea.
4. Esto no es un capricho de Dios sino que obedece a una razón profunda, que es la siguiente: Dios, que nos ha creado a todos como personas, seres únicos, tiene un camino personal y único para cada uno de nosotros y sabe muy bien cuál es y cómo nos tiene que conducir hacia él; en cambio los hombres no siempre sabemos cuál es ese camino ni ese designio de Dios. Más aún, muchas veces interferimos en la acción de Dios, haciendo planes para los hijos que más se deben a nuestras expectativas que a lo que Dios tiene dispuesto. Él sabe lo que quiere para cada persona y los padres humanos no siempre lo tienen claro; en muchas ocasiones lo que hacen es lo contrario, buscar brillo social o presuntos éxitos que no concuerdan para nada con lo que Dios había dispuesto para este hijo concreto. Esto se demuestra en numerosos casos en los que Dios concede a un hijo una vocación religiosa, especialmente si es una hija, y cómo muchos padres que se dicen cristianos (y en verdad lo son, pero esto no lo han entendido bien) cuando llega el momento de la renuncia a los propios planes, tantas veces se oponen con inexplicable obstinación.
5. La acción de los padres, por tanto, está en facilitar que cada hijo pueda descubrir cuál es la llamada de Dios para cada uno de sus hijos. Cuando yo le decía a usted que los padres cristianos no tienen descanso en la educación de sus hijos, me refería a esto. Su misión está en establecer un ambiente de familia en el que los hijos puedan escuchar la llamada personal que Dios hace a cada uno de ellos. Y esto exige mucha dedicación y mucho trabajo. Lo diré con un ejemplo referido al mundo de la construcción. Su misión no es tanto construir cuanto preparar el terreno donde otro construirá, tenerlo desbrozado y limpio. Y también hay otra tarea que se les encomienda a los padres: poner los cimientos donde se alzará la construcción de la persona. El terreno es la persona del hijo, los cimientos, la formación humana básica, que por básica es fundamental: conocimientos, normas, actitudes y hábitos.
6. Ahora ya se pueden señalar alguna de las cosas que pueden hacer los padres.
6.1 Lo primero es vivir intensamente la gracia sacramental de su matrimonio. Este es el fundamento de la familia. La gracia que Dios da a través del sacramento del matrimonio está activa siempre, no se acaba el día de la boda. Esa gracia hay que mantenerla y desarrollarla con los medios espirituales habituales: sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía, vida de oración y práctica de las bienaventuranzas y de las obras de misericordia.
6.2 Generosidad en la apertura a la vida. Un medio extraordinario de que un niño pueda acercarse a Dios con facilidad es rodeándole de los hermanos que Dios quiere darle a través de sus padres. El hermano facilita la fe tanto o más que los padres. Para un desarrollo personal óptimo, la persona necesita un mundo de relaciones óptimas. Eso lo procura en primer lugar la casa, una casa en la que además del padre y la madre, haya un buen grupo de hermanos, y si se puede unos abuelos. En segundo lugar también son muy importantes el colegio y los demás grupos de referencia de la familia, sobre los que también le diré algo en un punto posterior.
6.3 El padre debe actuar como padre, siendo un reflejo de la paternidad de Dios y la madre como madre, siendo un reflejo de la maternidad de la Iglesia. En la práctica esto se traduce en una dedicación constante, creando un ambiente hogareño presidido por el amor; un amor que tenga estas tres notas: intenso, tierno y exigente, porque así es el amor de Dios. En la nota exigente entra todo el tema de la autoridad que es muy importante aunque ahora no se pueda desarrollar.
6.4 En ese ambiente deben cultivarse las prácticas de piedad de manera ordinaria: acudir a la Iglesia, escucha de la Palabra y oración en común. Son importantes las imágenes religiosas, como elementos habituales en el hogar. Especial atención merece la Palabra de Dios, con la cual hay que tener verdadera familiaridad. La Santa Biblia no puede ser un elemento extraño ni decorativo, pero tampoco es un libro más. Debe tener reservado en la casa un lugar privilegiado y acostumbrar a los niños a usarla con frecuencia y a tratarla con respeto y reverencia.
6.5 En una casa cristiana debe haber auténtica solicitud por los pobres y los niños deben acostumbrarse a ver el trato amoroso de sus padres hacia ellos. La pobreza no es una calamidad, sino un don de Dios que Cristo hizo suyo en su estilo de vida y que regala a todo aquel a quien llama a la vida religiosa mediante el voto de pobreza. Los pobres no son enemigos de quienes defenderse, sino presencia de Jesucristo que se ha identificado con ellos hasta el punto que se explica en el capítulo 25 del evangelio de San Mateo. Tanto el papa San Juan Pablo II en Familiaris consortio como el actual papa Francisco en Amoris laetitita han hecho una llamada fuerte a la práctica de la hospitalidad en las familias. Quien no tiene trato de familiaridad con los pobres tiene un gran déficit en su vida de fe porque si no se les trata no se les puede ver como prójimos (próximos) y si no se les tiene como prójimo, ¿cómo se les va a amar? A medida que los hijos vayan creciendo deben participar en obras de ayuda a los demás.
6.6 Puesto que el hogar es la primera escuela de la fe (y la más importante), es muy importante saber qué cosa es la primera y la principal que hay que enseñar, para empezar por donde se debe, que es por el principio. Pues bien, “el principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Prov 1, 7). El temor de Dios no es miedo a Dios sino un don del Espíritu Santo que consiste en tener grabado en el alma el miedo a ofender a nuestro Padre Dios. Este punto es fundamental para el niño cristiano: saber que debe huir de ofender a Dios. Antes morir que pecar. Después, cuando vaya creciendo, irá descubriendo que el amor supera al temor (aunque no lo anula nunca, por más santo que uno sea), pero es imposible llegar al amor de Dios sin pasar por el temor, como es imposible llegar a la Universidad sin los conocimientos de la escuela primaria.
6.7 En casa debe haber un ambiente de optimismo y alegría y la clave para ello está en los padres. Sin buen humor el evangelio ni prende ni crece.
6.8 Uno de los peores enemigos que hay que combatir es la pereza. El tiempo no es una cosa ajena a la persona, como si fuera un ente abstracto y escurridizo que nos envuelve igual que nos envuelve el aire y al cual no podemos atrapar; el tiempo no es eso, el tiempo es la vida misma. Perder el tiempo es perder parte de la vida. Por eso puede haber -y deberá haber- muchos momentos para pasarlo bien, de recreo, pero ninguno de aburrimiento. Las actividades lúdicas no son un extra a la vida ordinaria, sino una necesidad y una gran oportunidad para el crecimiento personal.
6.9 La familia no puede estar cerrada en sí misma. Si lo hace se asfixia. Nuestra fe es eclesial. Una de las mejores ayudas que pueden proporcionar los padres es estar ligados en su parroquia o movimiento apostólico a un grupo de matrimonios y familias cristianas. Esto, que ha sido siempre así, en la actualidad es absolutamente indispensable; sin el apoyo de los demás la fe se ahoga y se pudre. Nuestra fe es comunitaria y no se puede vivir de manera individualista, sino en estrecha relación con los hermanos. Para un matrimonio cristiano que no tenga a mano un grupo de matrimonio amigos mi consejo es que dé los pasos necesarios para establecerlo donde él esté. Eso que dice el Génesis: “no es bueno que el hombre esté solo” (Gen 2, 18), no debe ser entendido solo a nivel individual sino también a nivel familiar.
6.10 La Virgen María debe ser protagonista de fondo en todo lo que la familia se mueve y hace. Las referencias a Ella deben ser constantes. Con Ella hay que tener una familiaridad parecida a la que le recomendaba respecto de la Palabra de Dios.
7. Disposición de hijos hacia Dios por parte de los padres. Reitero en este punto -aunque no para repetirme- algo a lo que ya me he referido antes y que me parece especialmente importante. Los padres son padres de sus hijos, pero no dejan de ser hijos de sus padres (los abuelos) y a la vez hijos de Dios, es decir, no dejan de vivir como hijos. También los padres son hijos llevados por Dios hacia él a través del ejercicio de su paternidad humana. Dicho de otra manera: Dios está hablando a los padres constantemente a través de sus hijos. Como es sabido, la venida de Jesucristo al mundo estuvo precedida por la labor anunciadora de Juan el Bautista, del cual se había profetizado que “convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y de los hijos hacia los padres” (Mal 3, 24), lo cual significa que no podremos recibir al Señor, unos y otros, si no convertimos nuestros corazones de padres y de hijos mutuamente.
Aunque de manera muy resumida, espero haber respondido a su pregunta.
Reciba mis saludos.
Y recíbelos tú también, lector de CATHOLIC.NET.
Con todo afecto y con mis mejores deseos,
Estanislao Martín Rincón

 

 

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