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APARTADO SOBRE TEOLOGÍA DE LA HISTORIA.

(módulo 7)

 

 

 

30.-Mirada esperanzada en la Iglesia.

 

Qué decir de la visión que nos da el Cardenal Ratzinger, nuestro  hoy amado Benedicto XVI, en la obra  ser cristiano en la era neopagana (ed  Encuentro 1995): La sed de libertad es la forma mediante la cual hoy día se expresan el deseo de liberación y la percepción de no ser libre, de estar alienados… En medio de un mundo gobernado por una disciplina dura y por constricciones inexorables, ahora y siempre se leva hacia la Iglesia una esperanza silenciosa: ella podría representar en medio de esto una pequeña isla de vida mejor, un oasis de libertad en el que de cundo en cuando el que de cuando en cuando uno puede retirarse… se espera silenciosamente de ella mucho más que de las otras instituciones mundanas. En ella se debería realizar el sueño de un mundo mejor…Una Iglesia llena de humanidad, llena de sentido fraterno, de creatividad generosa, un lugar de reconciliación de todo y para todos.

 

31.- Hacia la esperanza en una perspectiva filosófica: el hombre como lugar en sí mismo de la esperanza en la perspectiva de Joseph Gevaert.

 

En la realidad humana concreta se puede descubrir como posibilidad una dimensión que nos conduzca al camino de una esperanza definitiva y  a una comunidad definitiva, como realización plena. Evidentemente que el tema es amplio. Bástenos para nuestro propósito reflexionarlo desde el significado del mal, la muerte como hecho inevitable y la posibilidad de una vida después de esta vida, construida en la historia y con una esperanza fundada en el futuro absoluto.

 

Se da la experiencia de la frustración, del sufrimiento y del fracaso, del mal: guerras, hambre, injusticias, derechos pisoteados, etc.

Karl Rahner nos señala: El fracaso propiedad  existencial del hombre significa una estructura fundamental fuertemente diferenciada que se manifiesta en todas las relaciones trascendentales y regionales del hombre: el desnivel necesario entre la aspiración y el cumplimiento, la distancia permanente –aunque variable con la marcha de la historia  -entre el proyecto de autorrealización y la realización efectiva, distancia que aumenta cada vez más en la medida en que el hombre intenta superarla, la alienación de sí mismo que no es solamente una característica de un período histórico aún sin evolucionar, la impotencia del hombre para borrar sus propias culpas al no estar nunca en disposición de ajustar su propio pasado realizado en la libertad, la diferencia entre la (única)verdad y las (muchas) verdades, la inalcanzable autenticidad del hombre por el hecho de que tiene que buscarse a través de objetivaciones ambiguas y caducas, la imposibilidad casi desesperada de realizar lo que en último análisis intenta y procura ser la comunicación interpersonal, y finalmente la muerte en donde la pasividad del hombre se hace radical, sin que pueda decirse por ello que se haya resuelto el problema del hombre y que haya disminuido la diferencia entre la pregunta infinita y la respuesta siempre parcial.

 (Cf, Joseph Gevaert El problema del hombre, sígueme,)

 En todas las experiencias negativas de fracaso y de límite ocupa un lugar central la situación-límite de la muerte. Ante eso las masas han decidido no pensar en ello.

Las situaciones límite, según K. Jaspers, nos abre a la síntesis de lo esencial y por tanto a la apertura a Dios.

 

Pascal afirma: no habiendo podido encontrar remedio a la muerte, a la miseria, a la ignorancia, los hombres, para ser felices han tomado la decisión de no pensar en ello (168).

Más allá de los planteamientos filosóficos de qué sea la muerte, a nivel de planteamiento concreto sobre el misterio de la muerte es la muerte de la persona entrañable y amada. Así la muerte me hiere porque el destino de la persona amada está ligado a mi propio destino. Amenaza el amor y  nos puede abrir al horizonte del  sentido de la existencia o la cancela.

 

La muerte quita la máscara al egoísmo, a la explotación, al dominio dictatorial. Nos invita a dejar sitio para todos. Nadie es indispensable a la comunidad humana. Quedan saldadas la diferencias entre ricos y pobres.

 

La muerte confiere a la vida un sentido de totalidad y le da un carácter de prueba. La muerte como ruptura, no es la totalidad en plenitud. ES el término; indica que la muerte impide retocar o cambiar el sentido de la vida. Lo que se hizo queda fijado para siempre. Es hecho irreversible; confiere límite al tiempo existencial. A nivel filosófico debe ser considerada la muerte como prueba, en cuanto que en la vida es posible buscar y orientarse dentro del arco limitado del tiempo. Se podría centrar en la posibilidad de acabarse para siempre o de salvarse totalmente.

 

La actitud frente a la muerte implica fundamentalmente la posibilidad de una opción frente a la raíz trascendente u ontológica de la existencia: reconocerse como criatura o negarse como tal (Ladislao Boros, Misterium mortis).

 

Muchos pensadores, como Marx, Engel, Bloch, Sartre, tratan el tema de la muerte como un dato de hecho, absolutamente evidente. Esta es una postura acrítica. La muerte no puede ser lo definitivo sobre la persona. Si es así la persona queda sometida a las leyes físicas y biológicas. Qué decir del carácter irreductible del “yo”, de la experiencia interpersonal, lo absoluto de la verdad y de los valores, del misterio de la libertad, la trascendencia espiritual; son expresión de que el hombre no es y no puede ser reducido a procesos meramente naturales. A esto lo que dice Sartre: “¿qué libertad puede haber en sentido pleno, sin garantías de eternidad?( Mito de Sísifo). Hablar de vida personal eterna, es hablar de la posibilidad de realizarse la persona en comunión en la verdad y en la libertad y en el amor. Nuestro ser tensional, exige entender la vida como don que incluye la realización de la persona, de la comunión de personas. Sobre esto no tenemos argumento racional definitivo, como lo afirma Tresmontant: no tenemos argumento racional decisivo que nos constriña a asegura apoyándonos solamente en lo que somos,  que continuaremos existiendo después de la muerte, una muerte que no puede sobrevenir mañana quizás. Para la metafísica cristiana, la existencia es un don…Solamente la encontraremos en aquel de quien recibimos hoy el ser. Aquí entroncamos con un tema que necesariamente está vinculado al misterio de la existencia de Dios, y de Dios Creador. Solo a la luz de la interrelación del misterio de la vida y de la muerte en relación a Dios, podremos encontrar respuestas satisfactorias que apuntan a una extraordinaria esperanza en Cristo. Se da un horizonte hacia esta dimensión que se nos aclara con la Revelación en Cristo. El amor de Dios creador y redentor  garantiza a la persona la eternidad del don personal de la existencia. La relación interpersonal con Dios es una manera de responder al problema del sentido de la vida que domina la problemática antropológica de fondo. Esta tensionalidad Santo Tomas la llama desiderium naturale videndi Deum. La certeza que la filosofía alcanza en este punto es suficiente para justificar la razonabilidad del abandono radical del hombre en manos de su Creador.  (Cf o.s. Jaevert)

 

 

 

 

Pbro.   PRISCILIANO HERNÁNDEZ CHÁVEZ C.O.R.C.

Septiembre 2013

 

 

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